Está ahí en el momento en que me despierto. Un deseo que no puedo satisfacer sola.
No es que no lo intente.
Con una mano bajo la sábana, me froto para buscar el primer orgasmo antes de que suene la alarma del despertador. Lentamente, saco los dedos de mi coño empapado y los huelo, disfrutando de mi aroma. Es una pena que tenga que lavarlo.
Me levanto de la cama y me dirijo al baño principal, mi habitación favorita de la casa. Me encanta mi ducha, con su cabezal de ducha de mano y las puertas transparentes que me permiten mirarme en el espejo de cuerpo entero.
Tengo el cuerpo de una stripper, o eso me han dicho. Piernas delgadas, caderas llenas, y tetas tan altas y llenas que obligan a la gente a mirar fijamente – o intentan no hacerlo. Me encanta cuando no pueden resistirse a mirarme. Hago una pose tras otra, imaginando que mi ducha está en un escenario. Imaginando que no hay puertas entre mi público y yo.
Me encanta ver sus caras mientras me ven deslizar las manos por mis muslos y sobre mi lisa y plana barriga. Me levanto las tetas una a una y lamo el agua de los pezones.
Hablo a mi público, mi voz un susurro seductor, «Sé lo que quieres. Sé lo que estás esperando».
En la primera fila, un rubio musculoso se frota los dedos sobre la entrepierna de su pantalón. Es en él en quien me concentro, mientras saco la ducha de su soporte y la apunto a mi clítoris.
El segundo orgasmo es más satisfactorio que el primero, pero no lo suficiente.
Para el número tres, me tomaré mi tiempo. Hago una seductora danza en mi camino hacia el borde del escenario, donde me pongo en cuclillas, con las rodillas bien separadas, los labios desnudos extendidos para revelar mi clítoris hinchado.
El rubio me observa atentamente, acariciando su polla a través de los pantalones de algodón.
«Sácala».
Se desabrocha el pantalón sin apartar la vista de mi entrepierna.
Su polla se mantiene erguida, gruesa y alta.
Mi necesidad se intensifica. No basta con mirar, no basta con fingir. Me deslizo del escenario y me muevo hacia él. Me encanta que todos estén mirando, esperando a ver hasta dónde llego. Más lejos de lo que debería. Más de lo que es legal en este establecimiento.
Oigo al público jadear cuando me arrodillo delante de él y me meto su polla en la boca. Hasta el fondo.
Ni siquiera esto es suficiente. Me lo voy a follar. Necesito follarlo.
En el espejo lo veo. Nuestros ojos se encuentran. Su mirada cae a la mano entre mis piernas, antes de volver a mi cara.
«¿Es uno de esos días, cariño?»
Abro la puerta de la ducha, lo meto dentro. Me levanta, me presiona la espalda contra la pared. Enrollo mis brazos alrededor de su cuello y mis piernas alrededor de su cintura, la cabeza de su polla se encuentra con mi coño, me penetra.
Me toca el culo con los dedos. Le muerdo el cuello, antes de tomar su boca, chupando su lengua.
Mete su polla dura como una roca hasta el fondo. Aplasto mis caderas contra su cuerpo con cada empujón, gimiendo y susurrando palabras que harían que me echaran de la iglesia.
Nos reunimos y nos aferramos el uno al otro mientras recuperamos el aliento.
«Qué gran manera de empezar el día», dice, agarrando la barra de jabón un segundo antes de que yo pueda.
En vez de eso, busco el champú.
Nos peleamos por la toalla que cuelga de la barra cuando dice: «Vamos a llegar tarde al trabajo otra vez».
«Sí, lo sé». Habiendo perdido la pelea, tomo una toalla limpia del armario. «Vamos a llegar tarde a la vuelta después del almuerzo también.»
«¿Almorzar?»
«Sí. Vamos a hacer esto de nuevo al mediodía.»
Me besa suavemente en los labios. «Me encantan estos días.»